Umberto Eco (1932-2016) |
El pasado mes de febrero trajo la noticia del fallecimiento del filósofo y escritor italiano Umberto Eco (Italia, 5 de enero de 1932-19 de febrero de 2016), uno de los autores contemporáneos en quien calzó como nadie la idea y figura del intelectual contemporáneo, más específicamente de un humanista.
Nada le fue ajeno a Eco en el campo de las Humanidades y de las Letras, como tampoco en el terreno de los debates culturales y políticos de nuestro tiempo. Bien lo resumía con justicia su colega y amigo, el también semiótico y catedrático italiano, Paolo Fabbri, cuando a propósito de la dimensión intelectual y creadora de Eco sostenía que:
"la fama de escritor erudito y académico titulado simplifica los rasgos de
la personalidad múltiple de Umberto Eco, que ha sido filósofo del lenguaje y
semiólogo de la cultura; estudioso de la estética (medieval y contemporánea) y
de la literatura (desde James Joyce hasta las vanguardias); analista del
lenguaje de masas (Steve Canyon, Flash Gordon, James Bond y la neo-televisión);
periodista cultural y político en los mayores semanarios italianos (inventor de
la guerrilla semiológica); director de editoriales (Bompiani, Milano), de
series editoriales especializadas y para el gran público, y de revistas
(Alfabeta); traductor (de Raymond Queneau y de Gerard de Nerval) y traducido a
un centenar de lenguas (él mismo acuñó la fórmula “la lengua de Europa es la
traducción”); experto bibliófilo (poseedor de 50.000 volúmenes), lector
omnívoro, narrador impenitente de bromas de distinto tenor y flautista, con lo
justo" (Fabbri, 2015).
Filósofo egresado de la Universidad de Turín, Eco fue catedrático en semiótica en la Universidad de Bolonia. En este ámbito hizo aportes significativos en el desarrollo de esta disciplina, con diversidad de títulos -algunos de ellos canónicos- para la semiótica como campo de estudio: La estructura ausente: introducción a la semiótica (1968), Tratado de semiótica general (1976), Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo (1979), en el cual introduce nociones valiosas para los estudios literarios como el “lector modelo”, una instancia textual presente en el proceso interpretativo y de interacción con el texto. Pero también destacó en la creación literaria donde dejó novelas que se convirtieron en verdaderos éxitos, como El nombre de la rosa (1980), llevada al cine; El Péndulo de Foucault (1988) y La isla del día antes (1994), entre otras.
Así como el lenguaje, los signos, la literatura coparon el interés de Eco, otro tanto ocurrió con el análisis y la crítica cultural de los medios de comunicación y su impacto en la sociedad. Es ya clásico su libro Apocalípticos e integrados (1964), en el que caracterizó críticamente las posiciones binarias entre los teóricos (apocalípticos) que cuestionaban la presencia de lo masivo-industrial, de la cultura de masas de los medios de comunicación, y aquellos (integrados) que reconocían aspectos movilizadores de los medios para la cultura y el consumo cultural. Esta línea de indagación y reflexión sobre los llamados mass media prosiguió en sus ensayos y libros como El super-hombre de masas (1976) o La estrategia de la ilusión (1999), y entre sus muchas facetas destacó la de periodista, un oficio al que le dedicó su mirada crítica pero en el que también desarrolló una dilatada trayectoria como articulista y colaborador en periódicos.
Con carné de
periodista
La vida intelectual de Eco estuvo unida al periodismo, por distintas vías y actividades, como destaca Luca Mastrantonio en Palabra del escritor. Literatura y periodismo en el siglo XX (2010). En este libro (*), dedicado a analizar los vínculos con el periodismo que mantuvieron destacados escritores italianos, Mastrantonio le dedica un capítulo al trabajo de Eco como periodista. En 1954, cuando se graduó en Filosofía, Eco ganó un concurso para reporteros y nuevos funcionarios de la RAI (Radiotelevisión Italiana), el principal medio de radio y televisión de Italia, y donde trabajó durante cinco años. Luego de la RAI, Umberto Eco pasó a la editorial Bompiani, que codirigió y donde publicó toda su obra.
Luca Mastrantonio traza el itinerario periodístico de Eco a lo largo de varias décadas, desde finales de los años cincuenta, cuando escribe en el diario Il Verri, “una columna en la que vuelca sus apuntes de observaciones cotidianas y parodias literarias inspiradas en la actualidad. Estos escritos serían reunidos en una antología titulada Diarios mínimos, en 1963”. Después vendría su papel como articulista y colaborador en otro medio impreso italiano, L'Espresso, donde su postura crítica alcanzó incluso al propio medio en el cual publicaba de manera regular sus artículos. Bien lo decía el propio Eco cuando sostenía que “no hay nadie que constantemente preste atención a los defectos del periódico para el que escribe, como un colaborador. Tampoco es la primera vez que uso las columnas de L'Espresso para criticarlo. Por otro lado, sigo escribiendo en este diario, lo que significa evidentemente que las críticas están complementadas por actos de solidaridad y de justificaciones más que ideológicas” (Mastrantonio, 2010). Otros dos libros posteriores recogerían otras selecciones de sus artículos y colaboraciones en la prensa: Segundo diario mínimo (1992) y La bustina di Minerva (2000).
La “enfermedad” de la prensa
Como buen crítico y analista del periodismo, Eco consideraba un mito la objetividad periodística y abogaba por la relación franca del medio con sus lectores, sin estrategias discursivas que pretendieran edulcorar o enmascarar la posición del medio. A propósito de esta visión, el periodista mexicano Luis Hernández Navarro recordaba que Eco, en su ensayo “Información, consenso y disenso”, escrito en 1979, sostenía que “un diario hace interpretación no sólo cuando mezcla un comentario con una noticia, sino también cuando elige cómo poner en página el artículo que habla de otro hecho; y sobre todo un diario hace interpretación cuando decide qué noticias dar” (Hernández Navarro, 2016).
Y es precisamente al mundo del periodismo y de los periodistas al que Eco volvió con su más reciente y última novela, Número cero (2015). Él, quien decía: “llevo años escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta además de tener en el bolsillo el carné de periodista”, centró esta novela en una de las prácticas más abyectas del mundo de la prensa, una prensa rebajada, con editores y periodistas prestados al chantaje y la extorsión en busca de poder.
La historia de un editor dedicado a chantajear a sus enemigos con “números ceros”, ediciones que nunca salen en circulación, le sirve a Eco para trazar el perfil de estos ámbitos oscuros del periodismo, en una novela que, como escribió el periodista español Juan Cruz (2015), “nace en el centro mismo de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado durante décadas a hacer autocrítica del oficio”.
Hablar de ese tipo de prensa degradada fue de alguna manera la forma que Eco utilizó para retratar un mundo nada alejado de la realidad, puesto que en la figura de su personaje, Vimecarte, el empresario de medios que utiliza el chantaje para apuntalar su poder y acallar a sus enemigos, encarna un buen número de figuras del mundo político y periodístico de nuestro tiempo, tanto en Italia como otras latitudes. “Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió el nombre de máquina del fango”, comentó Eco en una entrevista que le realizó Juan Cruz para el diario El País, España (2015).
La crítica que Umberto Eco ejerció hacia la prensa y el periodismo derivó en una reiterada preocupación sobre el futuro de los medios impresos ante la arrolladora presencia de los nuevos medios, con Internet a la cabeza. En sus últimas entrevistas, a propósito del futuro de los periódicos, este autor no cesaba de advertir la urgencia de cambio en la prensa. En una entrevista al escritor, realizada por el periodista venezolano Boris Muñoz, se animó a lanzar esta suerte de diagnóstico y alerta que recogemos in extenso:
(…) “la prensa está enferma
por los nuevos medios de comunicación y algunas veces deviene en un medio
meramente autorreferencial. Los periódicos hablan sólo en términos de la
televisión porque sólo así pueden seguir el ritmo de la televisión y internet.
Esto ha traído consecuencias trágicas para la prensa porque le ha hecho perder
su fin principal (…) Me atrevo a decir que ese problema responde,
aproximadamente, a la situación mundial de la prensa. La prensa escribe cada
vez más y más sobre televisión y esto es como si la Renault estuviera haciendo
carros y los promocionaran con avisos que dicen “Hecho por Citroên” o
latas de Coca-cola con el logo de Pepsi. Los periódicos están robando
información constantemente de su mayor adversario. (…) Me parece que se trata
de una pérdida de identidad ante los nuevos medios de comunicación. No saben
exactamente qué deben hacer” (Muñoz, 2016).
Eco, para quien la lectura matutina del periódico era “un ritual casi afectivo y religioso”, veía con alarma la falta de norte de la prensa escrita y llamaba la atención sobre la renuncia que ésta viene haciendo ante el avance de medios como la televisión e Internet. Pedía un golpe de timón que llevara a la prensa a reposicionarse mediante una crítica y un trabajo de desmontaje de las falsedades que pululan en la red. Para este autor el futuro posible del buen periodismo estaría en que el periódico, además de ser el espacio para la crítica de la realidad cotidiana, también hiciera “crítica de la realidad virtual”.
Tal y como lo expresó en esta entrevista que le hizo Juan Cruz y que aludimos antes, Eco vislumbraba que la situación de crisis del periodismo podía acarrear incluso la desaparición de los periódicos y del periodismo:
“Es un riesgo muy
grave porque, después de todo lo que he dicho de malo sobre el periodismo, la
existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad,
porque precisamente la pluralidad de los diarios ejerce una función de control.
Pero para no morir el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede
limitarse solamente a hablar del mundo, puesto que de ello ya habla la
televisión. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más del mundo virtual. Un
periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en Internet hoy tendría
una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para
entender si lo que encuentra online es verdadero o falso. En
cambio, creo que el diario funciona todavía como si la Red no existiera. Si
miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o dos noticias que hablan
de la Red. ¡Es como si los rotativos no se ocuparan nunca de su mayor
adversario!” (Cruz, 2015).
Un adversario formidable, pues según Umberto
Eco Internet podría
acabar con el periodismo.
Paréntesis:
Eco en Caracas
Umberto Eco estuvo en Caracas a comienzos de los años noventa del siglo XX, para dictar una conferencia en la recién creada Cátedra de imágenes urbanas, de Fundarte, una iniciativa promovida por el presidente de la institución en ese entonces, el sociólogo Tulio Hernández. Hasta aquí vino y realizó visitas a otras ciudades del país. Como reportera de un diario capitalino, me correspondió darle cobertura a la rueda de prensa que se organizó con motivo de su visita a Caracas y cuya imagen compartimos en esta entrada:
Su conferencia, inicialmente pautada para una sala más pequeña debió cambiarse a la Sala Ríos Reyna del TTC, con mayor aforo para contener una verdadera multitud que se hizo presente para escucharlo. Pero este espacio quedó igualmente pequeño para alojar a un público que, sentado en las escaleras y algunos fuera del recinto, lo escuchó disertar sobre la obra de Alejandro Dumas, sobre los tres Mosqueteros, París y la literatura, la ciudad, las letras. Un testimonio de ese momento quedó reflejado en un recuerdo que Tulio Hernández ofreció recientemente en Prodavinci.com, a propósito de la muerte del escritor: http://prodavinci.com/2016/02/22/artes/con-umberto-eco-en-caracas-por-tulio-hernandez/.
En esa conferencia, como en sus libros y demás textos publicados, Umberto Eco demostró su talante no sólo de estudioso y erudito, sino también su memorable capacidad para comunicar las ideas más complejas de manera accesible, sin perder por ello hondura ni subestimar a sus audiencias, a sus lectores con una banalización de sus palabras. El autor exigía, un “lector modelo”, si aplicamos el término por él acuñado, dispuesto a la interpretación y al debate de ideas, ganado para seguir el hilo de un discurso denso que no concedía tregua. Con su partida, quedan sus libros, una obra que siempre invitará a volver nuestros ojos y que apelará tanto a nuestra sensibilidad como a nuestra inteligencia. Mucho que agradecerle.
Enlaces y textos citados:
- Cruz, Juan (2015): “Internet puede
tomar el puesto del periodismo malo”. Entrevista en El País Semanal, España, 30-3-2015. Disponible en:
- Fabbri, Paolo (2016): “Umberto Eco, clásico
contemporáneo”. Suplemento Letra Ñ, diario La
Nación, Argentina, 23-2-2016. Disponible en:
- Hernández Navarro, Luis (2016):
“Umberto Eco y el periodismo”. La Jornada,
México, martes 23 de febrero de 2016. Opinión. Disponible en:
- Mastrantonio, Luca (2010). “Accademico azionista”. En: Palabra del escritor. Literatura
y periodismo en el siglo XX. Introducción y curaduría de Carlo Serafini.
Roma, Bulzoni Editor, p.p. 663-680. Texto
traducido al español por Arianna Russo (2012).
- Muñoz. Boris (2016): “Umberto Eco: más
allá del bien y del mal”. En Prodavinci.com, 22-02-16. Disponible en:
(*) El libro Palabra del escritor. Literatura
y periodismo en el siglo XX (2010), en original Parola di scrittore. Letteratura
e giornalismo nel Novecento, no ha sido publicado en español. Algunos
capítulos, como al que aquí hacemos referencia, han sido traducidos como parte
de la pasantía académica contemplada como requisito de Grado para la
Licenciatura de Traducción de la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad
Central de Venezuela, UCV. Tanto el libro en italiano como las traducciones de
algunos de sus capítulos están disponibles sólo para uso académico en el
Departamento de Periodismo de la Escuela de Comunicación Social de la UCV.